Muero de vos
por un sólo detalle que jamás verías,
esa espiral que arde en todos tus centros
al final de todas tus esferas,
esa mano sencilla que ríe
cuando corrige lo que le dicta el oído,
y sesenta vagones de ausencia
sonriendo que del otro lado hay uno que le late.
Yo, vanidoso
celebro con la gloria de todos los cielos posibles
el cariño que defiendo no merezco:
el tuyo,
y que me obliga a buscar en las veredas
el musgo que deja la lluvia —tan común—
cuando la gente se descuida
de mirar en dónde habita el verde.
Despierto, aunque alucinado,
te veo dormir en una cuna al lado de una reina,
y quiero protegerte
cuando eres tú quien me cuida,
y de repente, por no atreverme a tocarte
es que mancillo lo que siento,
y repito en mi pecho raro
lo que no te sé
por falta de altura.
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