Hay veces en las que escribimos con rabia lo que sabemos, como en el examen de una materia que no nos gusta, y obtenemos la nota más alta y el orgullo del profesor.
Hay veces en la que escribimos con un aburrimiento de siglos lo que otro quiere leer, como un soneto de amor sin errores o la explicación de un versículo del libro de Job, ganándonos el beneplácito del receptor como el de los testigos.
Veces hay en la que escribimos acerca de nosotros, como en el comentario de un libro que nos gustó, o en la crónica de una carrera que no nos gustó, y suelen ser las veces en las que más intrascendentes, vulgares y tediosos parecemos.
Pero hay veces en las que sin saña, pero con una sinceridad a prueba de crueldades y de cualquier tipo de polarización, escribiendo nos volcamos enteramente hasta decir las aristas de nuestra esencia. Y es entonces y ahí, cuando más cerca estamos de nosotros mismos, que se da la mayor distancia para con los demás. Y es ahí y entonces que NO nos acercamos, sino que comulgamos con los que nos son semejantes.
Entre ser motivo de orgullo
o quien obsequia placer,
el que se vuelve aburrido
o termina comulgando,
¿de qué lado empujarías?
¿A qué platillo de la balanza
habrás de apostar tu aliento?
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