Errores imposibles
No es mucho, lo sé muy bien, de hecho, cuando se lo dije a uno de mis maestros ni siquiera se detuvo más de dos o tres segundos a pensarlo, pero eso no quiere decir que no sea importante para mí, sobre todo por lo divertido, por lo curioso, bah, lo diré como corresponde, por lo asombroso que me resulta. El planteamiento es el siguiente: es posible que el error sea imposible. O sea, existe la posibilidad de que nadie pueda equivocarse, nunca. Dicho de otro modo, es posible que todo el mundo haya estado haciendo lo correcto todo el tiempo.
¿Cómo? Pues sí, si para el papa Francisco las divorciadas pueden comulgar, pero para su antecesor no, ambos estuvieron en lo correcto, en su momento en el tiempo. Si Gran Bretaña decidió entrar en la Primera Guerra Mundial eso estuvo correcto, en ese momento, y si Hitler llevó al nazismo hasta la Segunda Guerra mundial, también eso estuvo correcto, en ese momento. Todas las decisiones que se toman son las mejores que pueden tomarse en un momento dado, sean individuales y, por tanto, grupales, colectivas. El error sólo es posible, concebible «a posterior». Cada establo contiene los animales que puede contener.
Ningún hongo es exactamente igual a otro, y nosotros, humanos, estamos muy seguros que entre ellos no se juzgan, desde ya. Pero, vayamos a los caballos, o a las tortugas, ningún caballo es igual a otro, ninguna tortuga es idéntica a otra, y entonces, a la hora de aparearse, aquí sí se «evidencia» el «juzgar», la elección. De nuevo, la elección individual, que siempre es la mejor posible en ese puntual momento, y que deriva en una decisión colectiva, no puede ser sino la mejor –cuestión que se adecua al «todo es para bien» de la Kabaláh, (que no es poco)–.
Ahora, ya si el ángel tal o el arcángel cual hacen esto o aquello, aunque ese «esto» y ese «aquello» sean irrazonables, incongruentes como injustos, ahí la cosa igualmente carece de errores, porque justa-mente son ángeles, o sea, porque son entidades «superiores». Ergo, ni los superiores ni los inferiores fallan, ni siquiera pueden fallar, sólo nosotros, los humanos, podemos fallar, tenemos la opción de fallar. Y entonces, ¿de dónde es que sale ese semejante engreimiento de ser los únicos, la única especie capaz de equivocarse, cuando lo inevitable, si se mira bien, es el inequívoco a según pasa el tiempo?
La verdad, no me importa. Uno intuye cosas en ciertos momentos, ponele infancia, adolescencia, la edad que querrás, y esas cosas; y esas ciertas cosas que uno intuye son los verdaderos axiomas, los dogmas que una vez ocurridos a uno le puede llevar una vida entender primero, explicar después, para que quizás no pueda compartirlo con nadie. Uno sabe eso en donde se mezcla lo que vivió y lo que imagina, esa mezcla del sí afirmativo, vivencial, con el si condicional imaginativo, el yes y el if, si cabe. Entonces uno no se «perdona», digamos, ni se «acepta», se va descubriendo.
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