La conocí después, o a tiempo. Y la recuerdo casi en presente, con su manera de ser sonrisa que para mí tenía algo de inexplicable, como los puentes. La sentí cercana de algún modo, quizás la edad, eso de llevarnos un año y tres meses, o eso de haber habitado el mismo vientre y tener los mismos padres, yo no sé, como diría Vallejo. No miento si mi primera memoria consciente de la risa y la alegría es su cara, y hay por ahí una foto que lo puede certificar. Quizás ya de niña era mujer y vida, fruta sin estación.
Aprender es cruel, para los humanos no es cosa dulce eso de aprender. Hay una distancia entre jugar y ser juguete que Sarah me enseñó, o que aprendí con ella. Sarah usaba suecos y le gustaba jugar a la maestra, yo usaba sacachispas y me gustaba jugar al fútbol. Yo odiaba la escuela, y desconozco qué sentía Sarah por el fútbol, pero de algún modo, Sarah era la profe y yo su alumno; la pizarra, la puerta de un indecible placar. Esto es, Sarah anotaba las lecciones y yo, sentado en frente, le seguía las indicaciones tal como en la escuela.
Uno ni se da cuenta, que es lo peor, o lo mejor. Pero en este repertorio de cosas confusas no falta nunca quien quiera sumarse, como sucedió una vez con el viejo y una botella de whisky. Había una botella de White Horse, sí, esa que tiene un caballito tallado, o lo tenía al menos, en la que se enfriaba el agua en la heladera, y la misma se dejaba sobre la mesa en la que almorzábamos. Al caballito nadie le dio bola nunca, y quien sabe cuántos almuerzos pasó ahí en un tranquilo anonimato hasta que me fijé en él.
No sé por qué impulso extendí la mano y dije que “el caballito me mira a mí”. Menos voy a saber qué más raros impulsos hicieron que Sarah salte como escopeta y dé vuelta la botella diciendo “el caballito me mira a mí”. Se produjo un ida y vuelta cruzado de dos o tres me mira a mí, con el viejo a la cabecera, Sarah a su diestra, y yo a su siniestra. Entonces el viejo, jugando a Salomón sale con un “el caballito me mira a mí” colocando la botella con el caballito en dirección a él. Lo odié concienzudamente.
Como el viejo era la máxima autoridá, nada que hacer y nada que discutir. Ahí vos te callás, vista al plato, te tragás tu rabia y que la vida siga. Las clases con el placar como pizarrón continuaron, y el episodio del caballito no volvió a repetirse, de repente Salomón hizo eliminar la botella y apareció en su lugar alguna jarra, no me acuerdo. Sin embargo, me parece que por este tema del caballito aquello del “yo lo vi primero” siempre lo entendí como una broma boluda, que cuando la escucho me emputa un tanto, sin que nadie sepa por qué.
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