Con el tema de la escuela había una diferencia entre ir de mañana e ir de tarde, la cual consistía en que de mañana iban mayoritariamente mujeres, en tanto que de tarde la cosa cambiaba. Yo iba de mañana y la diferencia era mucha, por decirte, si había treinta o cuarenta alumnos en el grado, como máximo diez eran varones. Digamos que esto ni suma ni resta desde ciertos puntos de vista pero, a la hora de los “actos culturales”, como esos eventos por el día del padre, del maestro, de la madre y del caballo, ahí la cosa se notaba.
Y claro, suponte que por el día de la madre el segundo grado “A” va poner en escena el baile “El pericón”, ¿qué hace la profe? Pues arma las parejas y, como los varones son minoría no se salva ni uno. Ya te conté lo que fue aquello del emperador chino, bueno, eso fue sólo el inicio. Después se vino “el payasito”, papel que representé como parte de un mini circo; el de “paraguayito”, con pantalón negro, faja tricolor, camisa blanca y el tradicional bigote pintado no sé con qué; el de “militar”, y no me acuerdo qué otros papeles más.
La verdad que yo no quería saber nada de esas cosas, eso de actuar, es decir, eso de salir al escenario y tener enfrente a un centenar de personas definitivamente no era lo mío. Por el contrario, Sarah estaba como en su salsa. Ella siempre tenía un rol destacado, o destacaba en el rol que le daban. Ya te digo, si una vez le bajó un recitado que si mal no recuerdo se llamaba “Mi cucharón loco”, y ahí la veías en el medio del escenario con un cucharón declamando como si lo hubiese estando haciendo toda la vida. En fin.
No sé exactamente cómo, pero estas “actuaciones” le prendieron la lamparita a Sarah. En así, uno de esos domingos en el que toda la parentela se juntó en casa de Henrrieta para almorzar, sale Sarah y me convence para repetir el papel de “payasito”, para cantar alguna que otra canción, y no recuerdo qué cosas más. Es decir, improvisó una suerte de show para los parientes, que se acomodaron en sillas y sillones, previa erogación del monto que Sarah estipuló como “entrada”. Es necesario destacar aquí que de los ingresos a mí no me tocó nada. O sea, boludo al cubo.
Los shows se repitieron varias veces y jamás ligué un peso, pero jamás importó, porque ese tema de la plata yo no manejaba, no entraba todavía en mi cabeza. Por otro lado, digamos que se incrementó ese rechazo natural que sentía por los “escenarios” y, colateralmente supongo, hacia la “gente”. De todos modos, aquello no duró mucho, y no se compara con lo que pasó o, mejor dicho, con lo que fue pasando después, cuando fue Magy la que entró en escena, y no en un escenario, sino en la televisión, para que el puto país se entere y me apode.
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