Magy declaró que Menotti era un churro y que era su amor, de movida. Henrrieta comentó alguna cosa respecto de Brasil, y el viejo directamente no dijo nada (porque costaba para que hable, como que siempre estaba pero sin decir; tenía su momento para verbalizar las cosas). El asunto es que comenzó el mundial y, aunque yo no entendía bien todavía lo que era el fútbol, capté que comenzaba lo mejor de lo mejor, en lo que al tema de la esfera comprendía. Anote aquí, escribano, que a esas fechas, yo jamás había asistido a un partido de liga, imagine usted.
De manera que el espectáculo del montón de papelitos cayendo y el de la multitud en las graderías me superó completamente, y sólo con el transcurrir de los partidos lo pude ir procesando. La otra novedad fue lo de la transmisión sonora, es decir, el relato; claro, no sólo veías el partido, sino que lo relataban y comentaban con lo cual cada encuentro se hacía aún más dramático. Aparte, me fui enterando del tema del off side, de que los equipos podían hacer cambios, y que el técnico podía dar direcciones ahí, a un costado del campo. No tenía idea yo.
No fue la segunda revelación, pero fue algo muy intenso y lo puedo resumir en una palabra, un nombre de batalla: Kempes. Cuando lo vi jugar y definir yo dije que su equipo saldría campeón, y fue una certeza como que a la noche le sigue el día, así, certeza. Desde ahí me fui por Argentina y fue mi favorita a ganar el torneo, pese a que nadie de mi parentela, salvo Magy por su enamoramiento por Menotti, se había volcado como yo y de arranque. Calculá lo que fue cuando Kempes llegó a la final y entre mi gente apostaron.
Kempes y los relatos desataron una especie de locura dentro de mi cerebro, o algo así. El caso es que me pasaba con mi pelota en la mano viendo los partidos y, cuando el equipo contrario tenía posesión del balón, yo salía al patio convertido en Kempes, eludía un montón de defensores y marcaba golazos contra la pared. Como no había relator en cabina alguna, también hacía de relator. Lo tenía todo, el estadio lleno, la habilidad invencible del delantero, y un relator, todo en mi mente, y en mi cuerpo, claro. Lo que no me esperaba era pensar en perder.
Una final, fue ahí que aprendí, es otro partido. Yo tenía cierto embole porque no faltó un tío que dijo que todo el torneo estuvo arreglado, que era como mancharme a Kempes, y me dolía no tener con qué contestar. Pero mejor que haya sido así, porque es así cómo se ven los guapos, en el durante y en el después. Pudimos haber perdido (Kempes y yo, o la Argentina y yo), pero no, ganamos. Y podrán decir lo que quieran los que jamás estuvieron en una final, pero una pelota por el palo no se puede comprar. Ni yo podría.
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