Un poquito de sangre
Un poquito de sangre,
alguna desesperación;
una muerte esquiva entre las manos
para lograr así, de pronto
los cinco sentidos dibujando opciones.
La ceguera propia y casi infame
de vivir a ratos en compañía
y por siempre en soledad,
a la sombra de todos
mientras meriendan lo común de los días,
me puebla el catarro de silencios.
La sordera genial, casi humana
con la que entiendo el gesto de los otros,
guardando el afecto
como guarda su herencia breve
el padre que anhela la boda de su hija,
me entumece los dedos hasta quebrarme los sonidos.
El tacto que se hace consciente
cuando roza el absurdo
de una paz condicionada,
que sólo podrían sellar o el abrazo
o el deceso infinito entre los ojos,
me pudre la rodilla que masculla una oración.
El sabor de la vida
cuando se desparrama improvisada
en la intimidad de la lengua,
que silente e inquieta
busca para sí la verdad en lo tibio y ajeno,
me envenena de musgo el vaso que me ahoga.
Y el talismán infinito
casi música, casi contrapunto,
que suma y resta sentimientos, como imposibles
respirando algo de asfixia y de futuro simple,
me deja el pecho apretado, como una herida amotinada.
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