Desde lo limitado cuesta más sumergirse
a lo que fue sencillo desde la entrega amable
que lograba mi cuerpo palpitando implacable
los límites cruzados sin saber de rendirse.
Pica, duele y agota esto de erguirse
sin responder a nadie. Ser alguien miserable
que se traga su duelo de un modo deplorable
jugando con el tiempo que apuesta a no morirse.
Pero sé que también todo esto pasará,
que volveré a mirarte con paciencia
y una cuota de humor rescatado del vértigo.
Ya volverá el momento de empujar bajo el pértigo
este pasado ansioso de ser lo que será:
un futuro sapiente del dolor a conciencia.
Me muero de mí y garabateo torpemente la imposibilidad de tenerme como me tuve y me tendré. A los costados veo que me miran con falsa paciencia, como se espera que miren con incredulidad el reposo del que nunca supo estar quieto ni siquiera en su silencio. Opto por cagarme en el mundo, por el clásico «a la mierda» y, ofuscado, me aprieto la impotencia recordando a la novia que me dijo «hoy no soy buena compañía». A la mierda, me repito, mientras allá abajo duele filosamente y no me encuentro un lado en el que por lo menos me olvide.
Obviamente sé que también ahora corro con ventaja. Me sonrío al recordar cuando el sexto alacrán -al que tanto le gusta ver pelis- me recomendó Notting Hill, «andá, boludo, tenés que verla», y yo con mi cara de ¿tengo yo edad para ir al cine, imbécil?. «Hay una parte en la que el tipo le dice a la pendeja ‘tu problema, en la escala de problemas del mundo, no existe’, tenés que ir a verla, boludo». Y esa otra, ahora que recuerdo, en la que el tipo, al revés, defiende que sus problemas están muy por encima de todos los problemas.
Me cago en dios, la patria y los putos hombres, qué querés. Cagar o bañarme es un drama, cuando semanas atrás estaba en condiciones de bajar a quien sea mano a mano, o de cogerme a la que quiera, sea viuda, casada, novia o virgen, qué va. Me cago en todos, soy de barrio, y en mi barrio los machos no saben enfermarse, cualquier resfrío es peor que el ébola, pero ni en la puta vida uno está dispuesto a pedir ayuda. Antes cortarse las bolas. El que pide ayuda es igual o mucho más puto que el que escribe poemas.
Y hay gente por ahí diciendo que soy inteligente. ¿Es de inteligentes arriesgar la rodilla por hacerle caso al ímpetu que en el pecho te exige ir a por todo aunque el premio no consista en nada salvo en cumplir con ese llamado que desde siempre te movió lo más íntimo del aliento? No, no es inteligentes; pero sabe bien, «salvo el crepúsculo», salvo la rotura, digo. Píndaro, Cortázar, West, Borges, en ese orden… Oh hijos de diez mil putas, ¿que no ven que no me sirve para nada envolverme con sus libros de cuarta la zurda? ¿Que va de hielo?
Ansina suena la alarma del fono, y dice «lavar la ropa». Y al minuto otra alarma «DM». Y se conecta A4 que decididamente intentará romperme lo poco de bolas que me quedan. Bah, nada, es joda. Reviso los rostros de los pibes en Siria, reviso el de los míos, miro que tengo techo y que puedo caminar. Me acuerdo de mi hermano. Me acuerdo de Danzarina del fuego. Me acuerdo de Morgana. No me falta nada, absolutamente nada para ser feliz. Me emputa estar herido, por eso no te hablo. Fase pasajera.
Del libro «Siete catedrales y una ermita»
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