Mis primeros versos a una edad indebida, como corresponde. Mi primera carta a un primer amor correspondido, pero prohibido, también como manda el manual. El golpe brutal de ver, no, corrijo, de sentir cómo siente una cancha, cómo cada cancha siente y se acomoda distinto dependiendo de la hora, del día, del mes, de cada estación, y que entonces no sea ni difícil, ni fácil, sino de una cuestión de humor el entenderse primero con la cancha y después con los demás. Saber entonces, de movida, si el partido será complicado o si será en bajada. Todo, adelantos en la piel.
No me sé explicar cuando no quiero explicarme. Pero como que siempre me faltaba edad, palabras en la boca, razones en la cabeza, pero mis manos —tenga la edad que tenga— siempre sabían cerrarse a la primera pulsión formando dos martillos que no paraban hasta el agotamiento o hasta el derrocamiento; y mis pies, que jamás precisaron de demasiados calzados para entender el cómo del agarre, sea pasto arena barro asfalto, y encontrar la locura de un aceleramiento aparentemente desbocado para, al momento, la increíble detención, el giro, y con un toque sacarse todas las miradas —y la marca— de encima.
Así apareció el piano, como una puta cara que se encariña del marinerito virgen que apenas tiene unos centavos. Todo admiración el marinerito, y ansias, hambre, sed, y la puta que lo disfruta, y no, no te apurés, esta mano aquí, esta otra acá, no te apurés, así, mantené el ritmo, las dos manos, así, sí, así se hace, así los puños se hacían diez dedos cruzándose en claves, una de sol, otra de fa, para un mismo par de ojos, así, bebé, ves qué bien te sale, ves cómo suena, así, vamos de nuevo, una vez más, una vez más.
Ni siquiera había sudado. Empezaba a tener edad, algo de edad. La melodía estaba ahí detrás de cierta cuota de esfuerzo, pero el sonido ya estaba, entendeme, el sonido ya estaba. Entonces el chelo. Ahí no cuenta el esfuerzo, ni las ganas, eso no importa. Cuatro cuerdas y tu mano izquierda, con la que no escribís, marcando la presión al lado de tu oído, mientras que la mano con la que escribís tan sólo empuja o retrae. Se trata de obtener, de conseguir, de ganarte el sonido, ¿me entendés? Si suena como suena es porque lo hiciste sonar así ¿me copiás?
En la música todo es punto ciego, todos te pueden decir lo que no ves, y vos les podés decir a todos lo que no ven. Y en poesía, en cañería lunar, en biografía de bateristas de grupos que no grabaron álbumes en los 80’s, y en lo que más querrás agregar todo tiene un punto ciego. No deja de ser un punto ciego del veedor, el que la mosca tenga tantos ojos, dos alas, y se deje matar por un bípedo sin alas y de solo dos ojos. Hay un triunfo del absurdo, si te fijás, en vender diccionarios, ¿no?
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