Tengo que
Tengo que dejar de ser tan…
exigente conmigo y con los boludos de turno,
perfeccionista con el dios que destroné
y con el tullido que expuse como meta a derrocar,
generoso con los traidores de cuna,
fiel con los hipócritas que sólo sueñan con mi celibato
y con el club que sólo me sirve para ser feliz siempre.
Debo comenzar a pensar
en todas las conchas que no necesitan de mi pija,
en las espaldas a las que les bastaría mi mirada
para desanudar tres generaciones o más -incluso-,
en lo que soy cuando me arrodillo
a conectar un cable que verdaderamente no quiere conectar,
en cómo vuelo cuando decido dormir boca abajo
y en mi manera de ser un sol cuando me demoro en la ducha.
Es necesario el reencuentro
de mis piernas cruzadas sobre cualquier mesa,
la terrible sensación de desafío recorriéndome
al rascarme los huevos mientras todos cantan el himno;
por joder, leerme diez libros sabiendo están errados
y decirle al que se los cree los detalles de la broma,
como se le dice a la oruga
la mentira de la mariposa y la del caza que fecunda muertos.
Para que entonces sepas profundamente
de un golpe de vista, a pura vivencia
que siempre supe que sabrías.
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