Reinado del rojo
Vivía lo ordinario del desencanto
arrastrando en el cuerpo esa sensación
de un algo que se escapa, tanto
que pudiera no existir.
Eran los días la antesala simple
de la prevista herida de la noche,
donde la piel silenciaba al alma
por una limosna disfrazada de compañía.
Entonces fue que llegué a vos
a tu manera de occidente altanero,
donde la mezcla de crueldad y pureza
negaban la malicia y la doblez que entonces me poblaban.
Saberte indócil me apretó el corazón
hasta imaginarte imposible de adjetivos,
y verte danzar, sola y entre todos
me llevó a la espera de todos los momentos.
No sabía entonces, o quizás lo supe siempre
que tu ausencia lastimaría mis huesos,
que en la ansiedad buscaría tu nombre
hasta arrojarte a la sombra de mis labios.
¿Cómo saber que en la distancia
podría volver a sentir?
Hoy que mis ojos son el poniente
donde el rojo de tu ser expone
el galope salvaje de la emoción
apenas creo en mi suerte o en tu destino.
Ni me demoro en el instante
ni apresuro la eternidad,
sujeto tu esencia a mi pelo
y voy a por mis intentos.
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