Te voy a contar dos casos muy concretos que van a ejemplificar de qué se trata una mentoría y, como suelo hacerlo, basado en mi experiencia personal.
Caso 1
Mi hija mayor estaba a dos años de terminar la secundaria, y claro, llegó el momento en el que querría asistir a las fiestas que suelen organizarse en torno al ámbito del colegio, ya sea en alguna casa particular, alguna discoteca o algún pub. Como padre, yo siempre confié en que, fuese cual fuese la situación, ella sabría comportarse, por supuesto. Sin embargo, el punto era si podría alcanzar a saber algún que otro detalle y como testimonio de primera mano de cada evento, es decir, «¿me contaría mi hija las particularidades de la fiesta?»
Afortunadamente había asistido a una serie de charlas que un especialista había brindado respecto de cómo manejar la relación entre padres e hijos cuando estos llegan a la adolescencia. Uno de los consejos que mejor me sirvió fue el siguiente: «Cuando la busques de la fiesta, luego de saludarla como normalmente lo harías, sigue con lo tuyo. Si estabas escuchando música, vuelve a encender la radio. Si estabas conversando con tu mujer, retoma la conversación. Y no preguntes nada al respecto de la fiesta. Al no sentirse presionada verás que ella misma comienza a contarte un montón de cosas sin que tú le hagas una sola pregunta».
Cuando llegó el momento seguí el consejo al pie de la letra y, efectivamente, sin que yo le haga una sola pregunta, mi hija comenzó a contarme los pormenores de la velada.
Fue así que, durante todo el tiempo que duró ese período de fiestas, no tuve que realizar el menor esfuerzo para estar informado. Sin presiones ni invasiones de ningún tipo, y todo simplemente por seguir un consejo.
Pensando en la cantidad de padres que atropellan a sus hijos con preguntas generando así el consecuente rechazo, no termino de agradecer haber pagado por aquellas charlas dictadas por un experto.
Aquí considera lo siguiente: tener hijos, per se, no significa que sepas criarlos, o que seas buen padre. Parece una realidad dura, pero es lo natural. Uno no nace sabiendo y, ni en la escuela ni en el colegio –en que yo hice mis primeros estudios– la paternidad y/o la maternidad son materias curriculares.
Caso 2
Ahora vamos a otro ejemplo concreto, el del uso del E-mail.
Allá por 1997, yo era el Gerente del Departamento de Cambio de Divisas de un banco y, como tal, estaba en continua comunicación con otros gerentes y directores. Comunicación que se realizaba telefónicamente y, en aquel entonces, cada vez con mayor intensidad, a través del correo electrónico.
De hecho, el encargado del Departamento de Informática en el área del entorno Windows, había configurado todas las computadoras para que, luego de arrancar, sea Outlook el primer programa que quede desplegado.
Como imaginarás, comenzaba el día con los correos recibidos para leer y contestar, y siguiendo una costumbre que, veladamente, se me había impuesto. Ten en cuenta que es muy diferente cómo repercute esto en un cajero, que el 90% de su tiempo laboral está enfocado en la atención al cliente y utiliza el correo electrónico básicamente para recibir información, y un gerente, que debe procesar consultas internas y externas.
Lejos de tener consciencia de esta situación, me dejé llevar por esta manera de comenzar el día, de la que me volví esclavo, repito, sin tener consciencia de ello por muchos, muchísimos años.
Recién hacia el 2004, como Gerente General de una empresa dedicada a las remesas familiares y al comercio exterior, decidí que comenzaría mi día laboral siguiendo una agenda precisa elaborada el día anterior. Según esta agenda, salvo que recibiese una llamada pidiéndome que lea un mensaje, mi bandeja de entrada era lo último que revisaba.
El que haya pasado por esto sabrá de la enorme diferencia entre comenzar el día revisando el correo, y el dejar esta actividad para el final de la jornada, o por lo menos para cuando ya todas las tareas importantes estén encaminadas.
Aquí considera lo siguiente: me llevó años aprender por cuenta propia cómo manejar el correo electrónico de la manera en que mejor funciona. Ni siquiera puedo imaginarme la montaña de estrés, pequeños y grandes sinsabores que durante mucho tiempo sobrellevé tan sólo por dedicarme al correo electrónico al inicio del día.
Actualmente, cuando leo o escucho a algún empresario recomendar esta misma práctica, no puedo sino imaginarme cuánto tiempo le llevó asumirla y si cuánta gente le habrá de hacer caso.
Si tomamos los dos casos que te he mostrado, es fácil convenir en que cuando pagas a un especialista puedes poner en práctica el conocimiento recibido desde el primer día; en cambio, cuando no tienes ningún tutor que te guíe, te puede llevar un tiempo considerable aprender a hacer las cosas de la mejor manera.
Ejemplos hay a millares, y estoy seguro que tú también puedes mencionar un par.
Como ves, muchas veces no se trata de si necesitamos un mentor, sino de decidir si estamos dispuestos a mejorar invirtiendo en nosotros mismos.
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