La tragedia
El aroma a dolor nos hace pretender
que vamos bien, con esa imagen de dominio
que ejerce un alguien simple sobre otro condenado
dibujando colores de gran vitalidad.
Asumimos los hechos como pasando cerca:
prados enteros mientras la vida nos aguarda
y hasta el amo del gato ahogando a sus crías
por no tener en dónde dejarlos llorar vivos.
Olvidamos distancias; nos da igual quien genera
o quien toma un momento, hasta no comprender
la angustia que ganamos a plena madrugada
en la que suplicamos otra oportunidad.
Nos sorprendemos mucho al vernos fingidores
y aunque nos duela vernos así, ya no es posible
cambiarnos la postura, y sólo va quedando
rajar el rostro ajeno hasta volvernos él.
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