Este ardor que no me quema
y que me arrasa los ojos
preñándolos con un brillo
que se inicia y no se acaba.
Esa manera indomable
que palpita en su cintura
reclamando que mis manos
atesoren su inquietud.
No son más que breves cúspides
en que apenas me entretengo
por ver si alcanzo a decir
la estatura del segundo
en que todo se detiene
al sentirse nuestras bocas.
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