«La ignorancia es dicha» se dice por ahí, sin embargo, la falta de conocimiento respecto de una realidad puede significar tomar una decisión equivocada sobre la misma. Mientras más conoce el médico tanto de su ciencia como de su paciente, mejor es el diagnóstico y mejor el tratamiento que puede recetar. Entonces y así, ¿cómo podremos tomar las mejores decisiones para nosotros mismos si no nos conocemos, si ni siquiera somos conscientes de que hay aspectos que forman parte de nosotros pero que los negamos u ocultamos? Luego, si la regla general es no conocerse, lo normal sería la infelicidad colectiva.
El que no nos conozcamos a nosotros mismos no significa que otro no pueda conocernos. El último escándalo que relaciona a Facebook con Cambridge Analytica pone de manifiesto que mediante el seguimiento de patrones a través de algoritmos, cualquier entidad no sólo puede conocer nuestros gustos —y disgustos—, sino que partiendo de ellos puede influir en nuestra toma de decisiones. Si partimos de la base de que ciertos sitios sólo son frecuentados por ciertos «perfiles», es muy sencillo de entender cómo se puede armar todo un sistema de manipulación para beneficiarse de los mismos (sin hablar de extorsión o similares).
Para que la manipulación sea efectiva la persona que es manipulada no debe darse cuenta que lo es, como tampoco aquellas que le son cercanas. Es decir, una verdadera manipulación no puede ocurrir si no se da a nivel colectivo. Es a nivel colectivo que se implementa y se va mejorando aquello de «pan y circo». No se puede mantener distraída a una población con eventos aislados, o de difícil comprensión, como tampoco se puede mantener a la gente sometida si no es a través de una ley. La televisión y los impuestos son ejemplos de herramientas de distracción y sometimiento.
Es entendible que la población quiera distraerse, y lo que pudiera parecer complicado de entender es que se someta a pagar impuestos. Sin embargo, si la idea es que pagando impuestos tendrá seguridad la cuestión se vuelve mucho más sencilla. En lo normal, las mayorías poblacionales no saben luchar físicamente, ni saben manejar armas, por lo que cualquier amenaza, real o montada, fácilmente les produce miedo. Sin embargo, existe el caso de culturas que durante décadas pagan por un sistema de seguridad (policías, militares) y aún así sufren el flagelo de la delincuencia en sus calles sin hacer nada para cambiarlo.
Esto es lo más terrible de todo, a nivel de masa, la gente resulta incapaz de admitir una vida completamente equivocada. Ningún maestro de escuela admitirá que los últimos veinte años tuvo una didáctica absurda, ningún militante de ningún partido político admitirá que sus líderes son corruptos. Por una parte, el ego no puede admitir errores gigantescos, por otra parte, la pereza empuja a creer que todo sería demasiado complicado de cambiar y que es mejor, siempre, la inercia, lo que lleva a una continuidad en la ignorancia. Por esto las sociedades más desarrolladas evitan vincularse con las sociedades completamente corruptas.
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