Caer cayendo, desde la furia tranquila que tensa y distiende a voluntad los últimos alcances de la razón hasta la indolencia decidida y firme que a consciencia y sonriente es capaz de dejar morir a lo que atenta contra la vida; caer cayendo, sin lastimaduras y hacia el centro de un arriba inquieto, casi inasible, apenas admisible para los que sufren lo que no merecen, para los que poseen todo eso que no comprenden, y que algunos viven obligados a capturar por encima, debajo y durante el pensamiento torpe, inacabado y a veces ruin, de varias generaciones vacías de sed insatisfecha.
Andar andando, el desprecio firme del ignorante que, tozudo, se aferra a su mísero territorio pretérito mientras tiembla, con la cara esculpida en el miedo, el advenimiento de los pocos, que no cree, que le dijeron imposible, y que le aprieta el presente con una erudición imposible, que le ahoga el cuello flácido de lecturas fáciles, le hierve los ojos habituados a la pornografía sin estilo, y le seca la lengua acostumbrada al ano de la muchedumbre adinerada, con la armonía incontestable de una lógica de barrio que suena y que resuena a cada paso de su discurso con violencia comedida.
Herir hiriendo la historia de las heridas, cada sombra que se acurrucó detrás de la tranquilidad que brindó un diagnóstico terrible, cada pausa inadecuada en la consecución de todas las victorias, cada esfuerzo innecesario por manipulado. Herir de vida y herir de muerte —es lo mismo— la falta de luces al costado de los abismos, la escases de sosiego atropellando las venas cuando la soledad amenazaba con conquistar el resto de las sonrisas, esas que defendíamos con los ojos mientras con una mano evitábamos golpes y con la otra cercenábamos maledicencias de varios mundos, todo, sin dejar suspirar nuestro nombre futuro.
Arribar arribando a nuestro tiempo sin edad, a este sustantivo propio que muta y que no ha cambiado jamás desde su espera móvil. Tocar mi pecho y sentir, de lo que me hicieron, el paso; de lo que hice, el peso; y de la suma de todas las restas posibles el arribo a la tierra de «mis» letras, a ese sonido único que jamás estuvo ausente y que me llama y vibra si me hago consciente, si alcanzo, en un descuido perfecto, parpadear por afuera de los tiempos verbales. Saber, así, que soy capaz de saber, y entonces, sólo entonces: Vos.
Amar amarrando la libertad del viento y la indocilidad de una carcajada a lo sacro de los días en compañía. El honor de honrar una verbalización acorde a los antiguos y al vientre elegido. Amar amando la falta de impudicia respecto de Roma, sí, esa que suelen tener los que sin haber estado ahí pareciera que sí lo hicieron —de tanto que estudiaron—. Apropiarme de tu aliento para descubrir que habías decidido respirar a mi lado; dejar que aceleres mis latidos porque habías buscado arritmarte a los míos. Amar conjugando lo que no había, lo que siempre estuvo, nuestros verbos.
Convierte tus lecturas en un libro exitoso
Convierte tus lecturas en un libro exitoso
Convierte tus lecturas en un libro exitoso
Convierte tus lecturas en un libro exitoso
Deja una respuesta