Diario 15
Creyendo en cada lágrima recorriendo en su sapiencia las aristas de un rostro infinito, es posible ir accediendo a ese espacio que trasciende de lo trascendental, para fijarse en un punto que inalcanzable, puede rebasarse, como un hecho que ocurrió en la vida de otro y que lo ha contado, fijando sin querer los tiempos del lenguaje en una posibilidad de vivencia habilitada o no, por cada cual, por su propia decisión de fe.
Asistiendo a todo aquello que ha de tener que doler, pero que en su frágil y sutil misión, pudiera fracasar, cuando por un contento imprevisto por la historia, pudiera tan realmente percibirse que hasta ciertas indeterminaciones habían sido determinadas, y así:
Va sosteniendo una risa que se escapa de los labios y que sólo puede ser percibida por la esencia del futuro de cada semilla. El algodonal preciso que por alguna razón captada por gorriones sabe, enteramente sabe, que habrá de cubrir la piel del seno de la mujer soñada por el adolescente que duerme con las palabras de Horacio acompañándole las noches.
El sol, entonces, de los ciegos, el llanto de los mudos, la caricia del parapléjico, la carrera hacia la nada aceptada y vencida porque al menos se creyó que era una carrera cuyo premio no existía, cuyos competidores eran imaginarios, pero cuyas dificultades, finalmente y principalmente existían, para ser captadas como tales y no como medios o pruebas que habrían de realizarse bajo la tormenta de la incertidumbre cotidiana que reduce al norte a una palabra, y al sentido de cada palabra a una simple grafía emocional.
Se agrietan las paredes mientras el teléfono arde, para que dibujos simples acompañen las imágenes de gastados rencores y los ya diluidos colores de esas emociones que despiertan las ideas de entrega, mucha o poca, sincera o comprada, que suelen portar quienes no tienen otra cosa con qué justificar sus horas que no sean los actos registrables por lo perceptible.
Al menos estamos aquí, lloviendo ausencia de contaminación de la que habrá que hablarse. Y siendo sencillos, con un nombre que no sabemos, pero que imaginamos, sin darle un sustantivo nombrable por cualquiera. Guardando un poco la estima, y otro poco la exclusividad, fijándole al látigo un cariño por nuestra piel, una dependencia hacia nuestra independencia brutal aunque no absoluta, sonriéndoles a nuestras penurias pretendidas, y a nuestras fatalidades latentes, dejando que midan distancias entre el vacío y la nada.
Desprendida la hoja del árbol, apoyada sobre la tierra, se deja rozar por el rocío. Y aunque a los que nos imaginan no pudiera bastarles, es que a nosotros nos basta, porque hasta hoy nada nos fue suficiente, dado que compartimos el pensamiento de pensar en lo que nos piensa, o al menos en la complicidad de que pudiera ser así, conociendo las implicancias del acto de lograr un grano ínfimo de imaginación, la altura de un ideal, la dimensión de un movimiento que pudiera estar estancado en un círculo móvil, que al abrirse los maderos que cierran las barracas parecen querer únicamente exponer su realidad de gas, su magnitud inaprensible, las uñas rotas que transitan por nuestras venas.
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