Día 9
No habías contestado y por eso pensé que tu silencio correspondía a tu negativa final. Y sí, un momento de rabia torpe, una sensación de vanidad herida, de castillo de naipes que se desbarata demasiado pronto sin que su hacedor hubiese cometido errores mayores. Pero luego respondiste, para que de nuevo surja la emoción de lo posible; me contaste de las lesiones precisas y los colaterales que tan seguro estoy de poder aliviar, pero que no me permití señalártelo para no confesar lo que ya sabés, este asedio velado en el que no pretendo cejar, y que coincidimos no debo confesar.
Vos tenés, lo presiento, una fragilidad
que no te permitís proyectar en el aire,
al estilo de un Rocky que en silencio soporta
los golpes que el entorno ingrato le propina.
Yo te escucho de cerca, fingiendo una distancia
propia de los amigos que esquivan invadir
el lugar y el momento en que te encierras lejos
de consejos inútiles que ignoran lo que sientes.
Comienzo a presentir que me sabés posible
–más allá de mis luces, porque sabes los daños
que también fisuraron el brillo de mis ojos–,
y que quizás intuyas que lo mío es espera
al principio nublado de un oculto camino
que al recorrerlo dos es que enciende su luz.
12.04.14
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