el cómo de mi sangre, ya desde la camilla
ya en el aliento agreste y emputado
del que no recupera con el ritmo
que le exigen sus ansias.
Una ella conoció cómo soy desde afuera
y, sin nada de apuro
descendió a mis infiernos, sí, curiosa
por ver si resonaba cual cristal
que vibra como el suyo, todo ardiente de luz.
Llegó a dormir conmigo. Estoy seguro, sí
que fue de lo profundo lo más hondo,
sentir que yo calmaba su andar entre las nubes,
que desde sus adentros gobernaba su humor.
Y de pronto se fue,
como para que sepa qué tan fuerte el granate
que se menciona fácil,
cuán difícil el agua que recaudan los cactus
si el cielo es propiedad de unos pocos dementes,
cuán idiota la ley
si permito que triunfe sobre el latir de Venus.
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