Era un tiempo difícil, todo oscuro
donde el miedo graznaba intimidante
ejerciendo su voz de gris gigante
probando quién el blando y quién el duro.
Largamente creció – como una herida hostil
que se impone y se expande sin sentido –
ese tiempo que pudo destrozarme o perdido
a manos de cualquier vulgar reptil.
Pero mi sangre, indócil y altanera
también creció, de golpe, ganándome los ojos
amoldando mis odios, mi furia en el amar.
Ya vuelto catedral y ermita a mi manera
soy el que va siguiendo sus azules y rojos
con un poco de cielo y otro poco de mar.
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