Sexta historia de aire
Tengo ganas de fiesta
mas llueven telarañas, viento norte,
y el conocer al alguien
que de por sí se niega a la alegría.
Yo lo digo sencillo
pero no dejará de ser difícil
la historia del prejuicio, del temor
que hace que todo ayer se cuele sucio
hasta embarrar mañanas duraderas.
Sentir sin solución este presente
y aceptar el vivir de migajitas,
sin reposo, sin nada de descanso
en un oído presto a compartir-se.
Ni me resultará para la danza
saber que tras dejar de persistir,
del otro lado, rudo y lastimero
vendrán desordenados los reclamos,
gimiendo los dolores consabidos
que sienten los que llegan ya muy tarde
–menos hondos y fútiles
que los que marcan rojas heridas en las manos
de aquellos que golpean
a la puerta por dar lo que les sobra–.
Tengo que relamer estas cadenas,
saber de las virtudes del esclavo
de los efectos ciertos de subir
y olvidar que busqué la humillación.
Sólo entonces no acaba
hasta que al fin acaba de una vez,
y es posible decir amaneceres,
el cartero que ignora lo que lleva,
y aquella dirección inconcebible
que siempre parió esperas sin futuros.
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