Entrenas por curiosidad, por ver de qué va la cosa, hasta que le sientes el ritmo y algo te impulsa a ir a por más. Entrenas hasta cansarte, hasta el absurdo de llegar al agotamiento y lesionar lo que siempre debiste cuidar, pero que nunca te lo advirtió nadie. Entrenas hasta odiar imponerte cualquier entrenamiento mientras continúas entrenando. Entrenas hasta sentirte dueño de cada uno de tus movimientos, de cada pulsación y cada respiración, siempre a mitad de camino a ese equilibrio que no llegará jamás. Entrenas hasta que el único rival es tu reflejo cuando avanzas de espaldas al sol.
Viajas por oficio, y aprendes a ser el extraño que fue enviado porque sabe lo que ignoran los nativos. Viajas porque confían en que podrás hacerte similar a los lugareños y desde ahí establecer lo que no estaba previsto. Viajas porque en donde estabas no había sitio sino para lo de siempre todos los días, porque hay algo en el ticket que con cariño y desprecio sujetan tus dedos. Viajas porque puedes mirar a los ojos del que te pide el pasaporte y leer su vida entera, aunque te doble en edad, sin que él tenga posibilidades de hacer lo mismo.
Escuchas por impulso, midiendo la emoción alegre o rencorosa de quien cierra la puerta de un auto, la rabia el desgano o la fe en el roce del cuchillo con el tenedor cuando alguien cercena las verduras de su ensalada. Escuchas, veinte años después, el silencio de tu maestra de escuela antes de dormir, el griterío en el patio de recreo, y tu propio llanto desde la alta lejanía del castigado. Escuchas la mudez del que no habla porque se acostumbró a no tener con quién hablar. Escuchas el crepitar de los carbones relajando los modos del asador que nunca finge.
Transcurres la noche por estigma entre maldito y bendito, como si nada te faltara y nada te bastase, como si sin nadie estuviesen todos, o tan sólo los escogidos por tu querencia a prueba de juicios. Transcurres la noche como buscando llegar a la madrugada para decirle con los ojos abiertos cómo se soporta el día con los ojos entrecerrados, en una suerte de batalla que te tensa las espaldas no decirla, y que sabes es el precio de compartirla. Transcurres la noche con las manos abiertas a lo que no llega, por si ocurra la siembra, ese gesto genial, desconocido.
Y persistes, es así que persistes, con la altanería de un faro que ni busca ni se expone, tan sólo estando ahí, recibiendo la bravura del oleaje de silencios por abajo y la luminosa sordidez por arriba. Persistes en tu musculatura emocional, flexible e inquebrantable en su propio código de espiral que escupe como engulle. Persistes en tu condición de incondicional porque cuando ya nada queda levantas un nombre y lo vuelves tu aliento. Persistes porque siempre te queda otra, pero la que quieres es la que tendrás. Porque el vacío como el lleno no te acaban de poblar el pulso.
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La persistencia descrita como un faro inquebrantable es poderosa. La conexión emocional y la batalla interna resuenan universalmente. Un testimonio conmovedor de la fortaleza humana.
El retrato de la noche como estigma y la persistencia como faro es sublime. Cada palabra es una obra de arte, pintando con maestría la dualidad entre la oscuridad y la luz interior.
Tu descripción del acto de escuchar es impactante. Desde el susurro de recuerdos hasta el silencio revelador, te sumerges en el sonido del alma humana. Profundamente conmovedor.
La narrativa revela un viaje interior, una odisea personal que trasciende profesiones. La dualidad entre la adaptación y la singularidad resuena poderosamente. Un texto fascinante.
Excelente prosa, capta la esencia de la perseverancia y el desafío. Me identifiqué con la lucha constante y la búsqueda del equilibrio. Un reflejo auténtico de la vida.
La mejor opción, querido, aunque implique cambiar la dirección de las acciones.
Gracias, compa.
Persistir. Qué más. Grande Silvio.
Abrazo
Muy bueno compa, muy bueno: cuánta instropección te leo en cada regate, en cada figura…Me has retratado en parte, pibe..Ese auto sermón es para enmarcarlo, porque lleva las instantáneas de cada momento de un tipo más que observador y poco autocomplaciente..
Guenísimo, loco, de verdad…
Muy bueno, Silvio.
Un abrazo.
Fantástico! Absolutamente fantástico! ¡Bravísimoooo!