Segundo decanato
Ordinariez
Me prometió el aire batallas históricas
travesías apenas imaginables
y un diario, que como su protagonista
nunca tendría fin.
Me cupo entonces el tabique desviado
el amargo mareo que pare el golpe
y la mirada siempre fija y al fondo
del alma cuando ataca.
Sin contestación aprendí a derrotar,
a no escudriñar el rostro del vencido,
habitando silente tras un escudo
mientras iba hacia mí.
Dije «lo siento mucho» más de una vez,
que nunca nada gira a mi alrededor
y que no giro en torno a nadie, rozando
lo inmóvil de la luz.
En libros que compré, en un almanaque
y dos entrevistas, descubrí entrelíneas
convertidas en cuerdas para ahorcar
esperando su tiempo.
Y concluí, desde un lejos profundo
que de entre todas las necesidades
la de una prueba y una señal esculpen
el más terrible homenaje a lo ordinario.
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