No intentes ser único, ejércelo: Todos en algún momento pasamos por esa edad en la que intentamos llamar la atención, sobre todo los varones que, todavía más, siendo competitivos, queríamos ganarnos los favores de alguna niña. En este intento, si no podíamos ser los mejores, importaba destacar siendo únicos, y más de una vez hacer el ridículo fue el resultado. Parte de una curva de aprendizaje un tanto larga.
Lo curioso es que, incluso cuando habiendo estudiado que por definición biológica «somos únicos e irrepetibles», no lo sabíamos aplicar, porque claro, tampoco nadie nos entrenó en ello. El sistema educativo de la UNESCO te entrena a ser parte de la masa, y no a diferir a ser, justamente, lo que eres. Es decir, lo extraordinario, valga el término, consiste en ser naturales. «El jugador distinto», socialmente hablando, vendría a ser el que es natural, el que no necesita fingir posturas.
Y este suele ser el que termina haciendo más ventas a plazo.
Asumir un rol, un personaje, tan solo para vender, implica un agobio que a la larga hace la vida odiosa. Y no sólo eso, nos expone a un efecto balón, o a un efecto sombra, que en cualquier momento puede dejarnos al descubierto. Es decir, si en el trabajo somos de una manera, y en la intimidad de nuestro hogar, con nuestra familia, somos de otra manera, esto va a terminar en un quiebre emocional del que nadie va a salir beneficiado.
Todos somos diferentes, todos tenemos nuestro propio estilo, y nuestro propio ritmo para aprender, para enseñar, para captar clientes y para cerrar ventas. Al igual que cada cliente, por supuesto, tiene su propia naturaleza.
Conocernos a nosotros mismos es el primer paso para conocer mejor a cualquier posible cliente. Es por esto que los mejores vendedores son, necesariamente, los que más se conocen, los más honestos consigo mismos.
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