La prenda
Amarte en el hospicio del mundo,
contra las alambradas de los incurables,
con el sol quebrado en los bolsillos
y una luna hiriente clavada en las greñas del pelo.
Decirte, bruscamente, ese desierto y esa urbe
que se sostienen insólitos a mitad de mi sien,
cuando sucede que no estás y todo pasa
como en un almanaque con los días extraviados,
para que sin aferrarte me sepas en un de repente
de fauces que se avienen al cariño mordaz,
ignorante de nombres y de cualquier otra cita
que no se dé en el escándalo de vivir a solas.
Amarte sin llevar en la boca la palabra amor
y sin saber que estoy sintiendo todo,
sin la precocidad de la muerte entre las manos
ni la gravedad que gana la mirada detrás de los gestos.
Amarte inexcusablemente y contraviniéndome,
sin hacerme caso, venciéndome como en una apuesta,
con mi historia ahí, derramada sobre la mesa de juego
esperando la levantes como a una prenda ganada.
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