La ciudad
Cuando esta ciudad, esta que no supiste vivir
me raja de ansiedad el rostro contra el pavimento,
y me sucede el bochorno de una caricia que no llega,
caigo, mi amor,
a la soledad de estar conmigo en arpegios sin excusas.
Me vuelvo espiral
que ni se busca ni se encuentra
como una sombra que no se toca pero que danza,
que molesta a un costado de los sueños
por no poder asirse a un verbo, siquiera a un predicado,
que se tiene a sí, por no tener a nadie, volviéndose clamor.
De pronto, convertido en hora que no se mide
soy el quebranto y la queja que espera su cura
el gesto que no termina de ocurrir, que no llega jamás,
y que entrevera el vientre y la razón hasta ganar la piel
teniéndome de testigo, de cruel testigo
de esto que pasa mientras te espero, con el pecho presagiado.
Deja una respuesta