Estarían todos mis destrozos acampados al borde de la primera de tus miradas firmes, todavía llenos de ese barro fértil, burdo, de la primera infancia, de aquella ignorancia en donde todo fue tan aterrador, tan cálido y difícil. Estarían, pero como en un presente roto, disfuncional, como dándote la bienvenida a un tiempo que ya fue, que con precisión, necesariamente, sólo está —estuvo— ahí por marcar lo fugaz, lo enorme de lo que no se puede contener y que sin embargo nos contiene, a cada cual, como suma de todo aquello que nos ha sido restado, hurtado, o robado con violencia.
De mis ojos, y de toda la potencia de mi silencio, se elevará entonces un invisible fuego arrasando todo el juego de tiempos verbales que acaso pudiste —que seguro pudieron en algún hospital no del todo olvidado, pero sí ya desdibujado en la deteriorada mente del primero de tus profetas—, sembrar debajo de tu boca, para que puedas, también, como yo, callar el pasado que tuvimos del otro lado del tiempo de la multitud ávida de dinero, de futuro, cuando yo tendía los puentes y tú los cruzabas ávida de mi cuerpo y de los precipicios que sabía hacerte sonreír.
Lloro ahora el llanto, esta lágrima que habré de derramar, este chorro de sal vertiginoso, incólume, innombrable, que abriéndose paso entre partituras domina el ritmo de mi pelo, las ansias que perdí cuando ya no pude mirar atrás para ver cómo nadie recogía lo que fui dejando de ser; los únicos despojos de luz que ningún extraño, que ningún conocido, pretendió levantar del fango cuando los enfermos mandaban dónde debían apuntar las cámaras, cuando los moribundos señalaban dónde debían cavarse las fosas, cuando la gente de bien —rencorosamente altiva—, marcaba dónde debían construirse los templos. Lloro cuando comencé —no es poco—.
A lo mejor voy respirando la irascible ternura de tu vientre —otro vientre de mayo—, y dejo que los que no me conocen —y a quienes no conozco— hablen de mí, de lo que no sabrán en sus putas vidas; quizás, porque yo mismo no he hablado de ellos —aunque a muchos de ellos los he amado—, y entonces es así cómo soy yo quien rompe el rito, generándolo. A lo mejor es un arpegio que no suena del todo bien, pero que para mí calza.. ya sabes… entre fa y sol hay sólo una noche eterna de distancia.
Viendo cómo habrás de mirar lo que seré confirmo que en parte soy un sonido… y el eco de un susurro que me nombró. Los ojos que atienden cómo el resto de mis sentidos se tensan y se distienden si se acerca quien pretendo. Si decaigo, si apoyo mis puños en la pared del universo hasta hacerme sangrar en lo pasional, es porque todavía me inquieta que alguien que intenté vea mi rostro vuelve para echar algo de tierra sobre mis párpados; porque me place confesar que soy uno más aprendiendo a aprenderme. Pero mi compasión acaba cuando la música comienza.
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