El último suspiro de Catulo: pasión, poder y poesía en Roma
Catulo, el joven de Verona, es un alma ardiendo en versos, un poeta cuya fama se extiende como las llamas de un incendio incontrolable. Sus palabras, llenas de pasión y desdén, resuenan en los salones de Roma, cautivando a la élite y al pueblo por igual. Es famoso por su capacidad de capturar la esencia misma del amor y el odio, dos sentimientos que entrelaza con una destreza sin igual. Yo, César, lo admiro profundamente, no solo por su maestría con la pluma, sino porque veo en sus versos una honestidad brutal, una entrega completa a sus emociones que pocas veces encuentro en mi propio círculo de poder y engaño.
Clodia, esa mujer extraordinaria, es una mezcla de fuego y misterio, capaz de encender los corazones de aquellos que se atreven a acercarse a su aura. Su belleza no es solo física; reside en su inteligencia afilada, en su risa que puede ser tanto una caricia como un veneno. Me ama porque en mí ve reflejado el poder y la ambición que ella misma posee, un deseo de trascendencia que va más allá de los límites impuestos por nuestra sociedad. Nuestra relación es un juego de dominación y entrega, un vínculo profundo forjado en las sombras de la política y los secretos, donde cada mirada y cada gesto son un universo de significados.
Catulo está perdidamente enamorado de Clodia, su Lesbia, la musa que inspira sus versos más apasionados y dolorosos. Su amor por ella es una llama que consume todo a su paso, una obsesión que lo lleva al borde de la locura. Pero Clodia, con su corazón indomable, ha depositado su amor en mí, César, creando así un triángulo fatal de deseo y celos. Catulo, al ver su amor no correspondido y su musa en mis brazos, me odia con una intensidad que solo un poeta podría conjurar. En cada poema que escribe sobre ella, hay un eco de su odio hacia mí, el hombre que sin quererlo, se ha convertido en su mayor enemigo.
Sabiendo que Catulo me odia con toda su alma, decido cuidarlo desde las sombras del poder que poseo, protegiéndolo de las intrigas y peligros que Roma presenta. Él nunca sabrá de mi intervención, de cómo he evitado su ruina en varias ocasiones, porque en su odio también veo una chispa de la genialidad que tanto admiro. Lo hago no solo por su talento, sino también porque entiendo el dolor de amar a alguien que ama a otro. Mi poder me permite mantener a raya las amenazas que se ciernen sobre él, permitiéndole continuar escribiendo, incluso si cada palabra es un puñal dirigido a mi corazón.
Por esto, cuando me enteré de que Catulo decidió quitarse la vida, corrí a su lado. Al llegar a su casa, lo encontré en sus últimos momentos. No me quedó más que abrazarlo, sosteniendo su cuerpo tembloroso mientras la vida se escapaba de él. En mis brazos, Catulo murió, llevándose con él la pasión y la poesía que tanto lo definían. Clodia y yo seguimos adelante, pero con una ausencia que fue imposible llenar. La voz de Catulo, esa llama de pasión y dolor, ya no nos acompañó, y el mundo se sintió un poco más vacío sin su poesía.
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