El arte de rascarse las espaldas
En lo más básico, el principio de cooperación se trata de «yo rasco tu espalda, tú rascas la mía», es decir, yo te ayudo y tú me ayudas. Este principio básico implica un salto cualitativo desde el momento en el que se concibe la obtención de un beneficio que, en solitario, no sería posible de obtener, o que sería más difícil, o que no sería el mismo. Podemos frotarnos la espalda por una pared, por supuesto, pero es mucho más cómodo, y sobre todo mucho más agradable que alguien nos rasque, y más todavía si a ese alguien le tenemos afecto.
Para que la cooperación sea posible se necesita de ciertas habilidades más o menos intensas en lo físico, en lo intelectual, o en una combinación de ambos. Cada cual habrá de cooperar de acuerdo a sus facultades. Esto quiere decir, por un lado, que si carecemos de manos, por ejemplo, difícilmente vamos a servir para rascarle la espalda a nadie. Por otro lado, si somos fuertes de brazos nos será fácil emplearlos para traer el agua del arroyo. Es decir, hay cosas en las que nos resultará cómodo ayudar y otras en las que nos resultará si no imposible, muy difícil.
Los humanos inteligentes cooperan entre ellos en la medida de sus facultades, manteniendo siempre el concepto básico de hacer algo por otro, y que este otro haga algo por uno compensando la balanza de pagos. Hay que entender que la cooperación tiene un fin, un objetivo, el logro de un resultado. Ya si en el andamiaje, también el proceso genera algún tipo de beneficio extra, genial, mejor aún. Si además del beneficio de ser rascado, el proceso de rascar genera algún tipo de placer, pues maravilla, pero no hay que perder el norte de que se coopera para obtener un resultado.
Volviendo al ejemplo, si nos ponemos a rascar y rascar y no se nos rasca nunca, la cosa terminará por cansarnos y, pasado algún tiempo, dejaremos de rascar en vano y buscaremos rascar a quien nos devuelva el favor, tal como manda el principio básico de cooperación. Como se entenderá, así, hay gente habituada a ser rascada pero que no está dispuesta a rascar; como también gente que está habituada a rascar sin siquiera esperar a ser rascada. Estas son anomalías del mercado que suelen darse por falta de información, por falta de libertad de los implicados, o por imbecilidad consciente.
Lo cierto es que así como los amantes de Pink Floyd se juntan en los conciertos de Pink Floyd, aquellos que no siguen el principio de cooperación se van quedando rezagados, o por lo menos privados de obtener todo el montón de beneficios que podrían conseguir entendiendo e internalizando el concepto de cooperación. Y es que, para que el principio de cooperación funcione se necesita, además de una cuota de esfuerzo, de la variable constancia. Es decir, habrá quien rasque nuestra espalda, gratis, una tarde de verano, pero ya por cuatro o más estaciones la cosa va a ser muy otra.
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