Diario 4
Buscaba señales, signos que le vaticinaran qué curso de acción o inacción seguir. Sujeto de los acontecimientos, a veces le ganaba una victoria al juego de ser o no protagonista de su devenir. Y ahí estaba, esperando, aguardando, mientras la piel de las manos se le resquebrajaba de seca, sumiéndose también esta, como el resto de su ser al paso del tiempo y sus consecuencias más notables.
Sin embargo, estas señas no las comprendía. Las arrugas al lado de los párpados, el ceño fruncido, el rictus cada vez más frecuente en sus labios y hasta la voz cada vez más ronca a cada despertar le sucedían sin que lo pudiera percibir. Como las lluvias, las estaciones.
Algún pájaro volaba a la derecha, y el corazón entonces le revoloteaba. Algún número, algún roce con algún desconocido que le tendía la mano izquierda al saludar, le indicaban la concatenación de partículas de hechos ocurridos y por ocurrir que intentaba descifrar a la sola luz de una pretendida gran imaginación y toneladas de historias sabidas sin conocerlas, intuiciones puras.
Se le escapaban los símbolos.
El sudor le amenazaba de presencia los pies cuando la inquietud surgía en torno de la posible postergación de cada cita, de cada encuentro programado. Así, no el temor, sino la duda misma sobre la concreción del plan, y no por el plan mismo, sino porque cada plan se sustentaba siempre sobre la base de un par de voluntades, no necesariamente sinceras, que debían atravesar otras muchas voluntades no más sinceras hasta llegar al puerto del momento entrevisto y supuestamente deseado.
A pesar de sí misma, aun así, entre pestañeos eléctricos, en completo silencio confesional, todavía con cariño puro conservaba el anhelo de lo fijo, esa dura tranquilidad que surge de las reglas que serán cumplidas más allá de los factibles caprichos de una ciudad entera. Contar con una certeza, como se cuenta con los días de la semana, el lunes, el martes, el miércoles; así con los besos, el cariño, la vida compartida a través de un lecho ofrecido, unas caricias ganadas y un cuerpo entregado a los deseos de otro cuerpo para el que alguna vez pudiera darse que nunca sea suficiente un nombre propio que atraviese los espacios cotidianos de arriba abajo vestido de tejidos fabricados en serie.
También se escondía, para no dar explicaciones, para evitar la exposición verbal de lo obvio y razonable, que sentía sin duda se le exigiría por puro formalismo de pueblo y raza, como el criminal detenido que exige saber el porqué de su arresto.
Y sobre estas cosas, que sin hablar me hacía saber, iba cruzando las páginas de su almanaque personal, como si no costase demasiado hacerlo a su modo, como si siendo en realidad siempre ella, era otra quien lo hacía, quien se detenía a veces frente a una vitrina o detrás del mundo.
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