Diario 14
La sangre fluye en su reflujo creando ganancias de espacio cuando la roca no se parte ni se gasta, sino que imperceptiblemente va cediendo terreno, camino mismo al vacío que la contiene, rodeada del líquido al que se creyó le imponía un límite.
Entonces, la primera sorpresa repetida, cuando se evidencia que aquel ordenamiento tan primario –porque parecía confiable– resulta no ser lo que tanto aparentaba. No hay línea horizontal que tenga su línea de 90 grados, no hay. Las gafas, el monitor, el techo, la pared, el piso, nada, absolutamente nada halla sus 90 grados perfectos de contraposición de ajuste, y la idea persiste, y en ella la decepción y la ilusión, en ella los pasos rumbo a la calle o rumbo a la muerte, o rumbo a la vida, o rumbo a la tienda donde indefectiblemente habrá más de lo que uno pretendía o no habrá lo que uno había creído pretender.
La roca es la espalda, la sangre es el tiempo.
Y sentir que explicar es odioso, aunque las fuerzas poseídas sean demasiado intensas para detenerse en un sentimiento tan limitado como el odio más húmedo. Del cerco, pasar a la bolsa. Vivir dentro de una bolsa de arpillera, atada, y ser transportado, como lo somos nosotros, todas las horas en las que no logramos soñar que no estamos viviendo lo que estamos presenciando que sucede con nuestros cuerpos, al tiempo que advertimos, en plena alucinación real, que alguien con absoluto desinterés nos está observando con la única finalidad de distraer sus ojos por mantenerlos abiertos, porque sabe que si los cierra, también habrá de soñar, y entonces ocurrirá su despertar, que sin duda consistirá en sentir su cuerpo visionario rozado por los entretejidos hilos de una bolsa de arpillera, que alguien corpóreo o no, a su manera, también estará observando como resultado del temor de también tener que dejar caer las trampas de sus percepciones, que una vez habilitadas, le abrirían las puertas a la realidad de que hay hilos y más hilos de arpillera.
Sin conocer el valor de ninguna de las horas, nos dirigimos a la medianoche. Cada cual como testigo de sí mismo, dispuesto no sólo a decirlo todo, sino con la idea ya incrustada de que no habrá nadie que apunte nada de lo que habremos de decir, porque si no al principio mismo, al menos temprano supimos ya que a nadie ni a nada le interesará lo que creeremos es un algo que tenemos que decir, considerando que de lo que de nuestra boca sale no es más que una de las infinitas formas de expresar todo aquello que hasta nuestro fin estamos dispuestos a definir como nuestra existencia.
El jardinero, mal pagado, se acerca a la tierra de donde brotamos. Las tijeras que porta, como sus manos, son viejas y están sucias, pero saben la tarea. Viene a castrarnos. Y vemos el lienzo que cubre el rostro del recién nacido, y sentimos el hambre que sólo puede calmarse con la leche de su madre, y nos acaricia la mirada del padre que atiende el sueño del hijo y de su hembra, y nos entibia el estómago el pan puesto sobre la mesa después de realizado el sudor entre los hombres. Nos saludan las cigarras y las luciérnagas, incluso los globos del cumpleaños, los vasos medio llenos de gaseosa, los manteles manchados, la vajilla alquilada, las ganas de dormir del payaso, los billetes entregados y la prostitución de los poderes del estado diciéndonos que debemos ser lo que estamos llamados a ser, no por lograr lo que otros lograron, ni por hacer que otros logren lo que podríamos lograr, sino sólo por lograrlo, puesto que quizá, si logramos sinceridad, alcanzaríamos a comprender que eso era todo, puesto que pudiera ser que no haya nada más. Nada más.
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