Diario 11
Buscaba señales, signos, cosas perceptibles que le indiquen y le confirmen que lo que en realidad buscaba también existía. Y no retrocedía, cuando le expliqué que tan sólo llegar a entender el conocimiento de la escala angelical le podría llevar una década entera –y toda ella llena de continuas frustraciones– ni siquiera se detuvo a pensarlo, siguió. Y sigue ahí.
Un orden que no termina de eliminar al caos, y un caos, que no termina de vencer al orden, puestos como finalidades mentales que no debieran representar más que variables, herramientas de las que uno se vale para acceder a la visión del tiempo, en donde la idea del destino o la del libre albedrío ni siquiera pueden llegar a tener un gramo de cabida.
El punto de inflexión de la más alta vanidad pudiera radicarse en el manejo de la fuerza –relacionada demasiadas veces con el poder–. Lo que uno es, y lo que uno es capaz de dejar de ser para ser otra cosa, y lo que uno no deja de ser para lograr ser más. Y, sin embargo, aún en el probable caso de un desarrollo, de una ampliación de los límites de lo siempre limitado, sobrevendrá la necesaria sucesión de un peldaño más, el pleno desconocimiento de la propia historia, cuando se asume la tentación de convertirse por fin en un instrumento. Entonces, ni la montaña que parece no inmutarse ante nada, ni la caña de bambú que parece no poder quebrarse nunca, sino simplemente un tubo hueco que comunica un lado con otro –que no quiere decir un principio con un fin, un alto con un bajo, o todos los viceversas–, siendo parte de ambos extremos al tiempo que a través suyo suceden cosas.
Mirando hacia abajo, lo único comprensible es cierto sufri-miento ajeno al cual se puede aspirar a sanar, nada más. Mirando hacia arriba, lo único comprensible es la finalidad instrumental. La conciencia para curar, lo demás, para lo que sea que no sea dañar. Además, hay cierto cosquilleo en la idea de que no se le puede hacer responsable a un instrumento por la música que alguien quite de él.
Pero esto no lo podría llegar a entender a menos que un grupo de personas, o alguien, lo niegue o lo afirme. Porque si bien era incansable, esa energía nacía y se hacía fuerte merced a entidades externas a sí mismo, como una embarcación que para moverse necesita del viento. No podría entonces, por ejemplo, llegar al arte, en tanto y en cuanto esa idea de arte implicase lo que más lejos estaba de conseguir: el absoluto desprecio por la opinión humana.
Encontré que no podía hacer nada por él más que saberlo, comprenderlo, y aguardar algún cambio de tipo milagroso o al menos fantástico, y estar ahí cuando eso ocurriera. La constancia es ruda, pero la disciplina es feroz, y sólo controlando a ambas podrá preparar a sus ojos para ver todo aquello que aspira ver.
Mientras tanto, El Puto seguirá asistiendo a su propia sonrisa, para poder ofrecerle al momento de su caída el cálido vendaje del sin embargo. Allá, cuando las continuas derrotas pudieran hacerle creer que todo ha sido un fracaso, yo le daré el sin embargo, y con ese sin embargo –real, o inventado– descubierto por mí, le daré la pista para que también encuentre su propio sin embargo a su propio mientras tanto.
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