Diario 10
En todo caso se trataría de una patología mucho más compleja que la simple morbosidad. En lugar del silencio, ir a comprar el disco del peor grupo de la historia y hacerlo sonar a todo lo que se pueda, y así comenzar y terminar de escribir la más hermosa carta de amor siempre deseada, imaginada, pero nunca concretada; y luego firmarla, con cualquier nombre, y después ir a paso firme hasta la casa del destinatario –elegido al azar, con los ojos cerrados, de la guía telefónica–, y deslizar el sobre bajo la puerta, por la cual, necesariamente, habrá que escupir.
Dejar de comer, no por ayunar, simplemente por no comer. Todas las horas necesarias para que llegue la debilidad, al principio siempre lenta, luego fugaz, y fumar para acompañar el proceso con el temblor de los dedos. Después la confusión, los estallidos visuales, imaginación circular, la cadena de sucesos imposibles que cruzan y se destrozan en la cabeza de quien tiene el aparato digestivo sin trabajo.
Entonces dejar de dormir, y no porque esa sea la intención, sino porque no dormir es el resultado de todas esas variables que se conocen, pero que no se nombran, porque también de eso se trata. Y así lo claro, reflexiones absolutamente incontrastables, como que todo lo que comienza habrá de terminar, que el centro implica a la periferia interminablemente, Nicolás de Cusa: en ti me parto.
Con estas evidencias, se llega a lo evidente, y lo peor, o lo mejor –de acuerdo a si se ha comido, dormido, imaginado–, se accede a la visión de todo lo que existe como una simple evidencia de algo que jamás será evidente. Pero la finalidad aquí importa poco, por lo extenso de la escalada. Cualquier persona como algo evidente, desde su puesto de trabajo en cualquier parte del mundo hasta su pensamiento más lejano y profano, todo puesto en evidencia. Cualquier animal, cualquier cosa, todo evidente, todo irremediablemente evidente.
Así, la tapa del libro no es el libro, ni siquiera las hojas del libro son el libro, ni sus letras, ni su autor, ni su lector; el libro, señores, ha dejado de existir, por haberse hecho evidente.
El otro método de la sicología, de la metafísica, de cualquier teosofía, ni la muerte, ni la extinción del yo, simplemente su desconocimiento a la hora de conjugar. Tú eres evidente, él es evidente, ellos son evidentes, vosotros sois evidentes… y como el yo ha sido desconocido, automáticamente decae el nosotros, y no por la simple mora en los pagos de las cuotas, sino por evidencia misma del desconocimiento primero. En guaraní, tanto en su sentimiento como en su realidad formal, la cosa se complica mucho más, dado su intrínseco romanticismo, porque esa distinción tan sutil entre el Ñandé incluyente, y el Oré excluyente, queda como una fineza olvidada, y no ya postergada. Se queda atrás.
La novela de todos, en la que participan todos, de la que todos forman parte, y el dulce pánico de saberlo. La vida de todos, escrita, leída. El terror a las evidencias, no solo estar rodeado de evidentes, sino estarlo siendo uno también evidente. Ceremonia de iniciación mundial. Una voz de trueno que dice: ¡háganse evidentes! O un papel en donde al final dice: será justicia. Afortunadamente, no hay evidencia de todo esto.
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