Ahora comienzo a entender el último gesto, las últimas expresiones de algunos de mis jueces. El suicidio es una opción, siempre ha sido una opción y, llamativamente, el suicidio es una de las opciones que se ha condenado en la mayoría de las «religiones», si es que una parte importante de mi instrucción —sesgada— no está equivocada. ¿Por qué condenar tan enérgicamente el suicidio? Entonces el primero de mis demonios, que dice: «detrás de toda prohibición hay un gran temor». Qué sería de la esclavitud si en lugar de prohibir el suicidio se alentase el suicidio, por ejemplo, sólo por ejemplo.
Pero un imbécil no puede plantearse el hecho de ser imbécil. Un cornudo no se plantea si es o no es cornudo; de repente lo descubre. Y cuando un cornudo descubre que lo es, normalmente reacciona mal, very mal. Primero, lo último que hace un cornudo es aceptar que es un cornudo; segundo, que dadas las circunstancias, la única posibilidad que había, era que fuese un cornudo. Cuando el cornudo se pone de novio no espera terminar como cornudo, claro que no, es lo último que espera. ¿Qué esperaban los dictadores de América Latina cuando fueron electos presidentes? ¿Morir sin cuernos?
Obviamente hay cornudos conscientes y… habemos de todo. El que esté libre de pijazos que tire el primer ortograma en donde sale virgo, si vamos al caso. Aquí estamos cogidos todos, el asunto es hasta dónde, y hasta cuándo, y hasta quiénes. Sí, «hasta quiénes» es una buena medida, fijate bien. Porque si a vos te cogen y no te importa, genial. Si te rompen el culo a vos, a tu familia, a tu barrio entero, a tu ciudad, y no les importa, genial, me parece a mí una maravilla que lo acepten y que encima no les importe. Me vale.
Pero si vos pagás impuestos, igual que tu familia y los de nuestra ciudad, y con esos impuestos se fabrican armas que matan familias de otro país, cuyos sobrevivientes, después de mil quilombos burocráticos, terminan llegando a «nuestra» ciudad y «nos» meten un bombazo que aparte de matarte a dos de «tus» hijos me mata a «mi» gato, ahí ya me jode. Ahí es como que tu cornudismo ya me afecta. Ya si vos me decís, no, yo jamás, de ninguna manera financié la mierda esta, ahí genial. Pero el cornudo es el último en enterarse que tiene cuernos. Es sabido.
Tampoco sé muy bien si me importa o no. ¿Culpables somos todos? ¿Responsables somos todos? ¿Todo es maya? Entiendo que soy responsable de estos momentos, de estos instantes para conmigo, acaso, de mis reflexiones y de los resultados de las mismas para conmigo mismo. Si a alguien le resulta de bien, bien, si a otro le resulta de mal, mal. Nunca en una misa pública ningún papa rezó por ningún demonio —y eso que tienen nombre—, eso es una abierta confesión de hipocresía, para el que sabe leer. Y para el que sepa beber, que comience a estudiar y escribir.
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