Tomo los restos de tu imagen por hacer y las aparto del mundo. Entonces, como en un hueco de mi alma, a donde llega esa parte de mí que no sufre por ninguna herida, compongo tu sonrisa como un oleaje que no se acaba, impredecible en su ritmo y aun así constante; dibujo tus hombros justo en ese instante en que atraen la mirada del sol y este posa sobre ellos su brillo, reflejo dorado; esculpo tu pelo con luces oscuras, con infinitas estrellas de medianoche imposibles de latir en una paleta, pero fundamentales para intentar el cómo de tus rizos.
Asumo la noche con todas sus horas, la brava trampa de las tardes, el frenesí orgulloso y engañador de las mañanas, como también, sin yelmo ni escudo, enfrento a ese tremendo gladiador llamado Crepúsculo. Todo, en un silencio laborioso de hormiga ajetreada en transportar las hojas más pesadas que pueda sin espacio temporal para el resentimiento que le pudieran generar todas las cigarras del bosque cantando sus canciones de ardor sin amor. Sacándole músculos al silencioso repaso de tu nombre, girando alrededor de tu última mirada derramada al costado de tus ojos allá, en la primera esquina de mi último recuerdo.
De golpe, de nuevo, te miro al fondo de los ojos, y de nuevo y de golpe caigo contra el espejo, te veo mirarme, recorrer mis cosas. En mis pies siento cómo el vértigo trepa desde las plantas de los tuyos, ganando tus pantorrillas, hasta tomar tu vientre, atropellar tu pecho y apretar tu garganta. Alguna vez estuve ahí, así. Yo estuve solo, sin que nadie me diga eso, esto: estuve ahí. Y te digo: todo ha sido, quizás, necesario. Y más tarde, en algún momento, te leeré el poema de Borges, y antes que escucharme, verme, seguirás sabiendo qué siento.
Sé que hay una suerte de noviazgo entre mi negación de lo gregario como regla y la sociopatía como una patología positiva como una nueva forma de introducir la rima asonante en la prosa, lo sé muy bien. Perderme o dominar el sonido es o puede ser lo mismo, eso es lo que hay que entender y eso es lo que sé que no todos entienden y eso es lo que sé que alguien puede llegar a entender que me pase, me pasó y me pasa y me sucede en la vibración de tu cintura, te vea como no te vea.
Yo giro, y desnucado, o degollado o decapitado —la imagen rueda sobre lo mismo— mi sonrisa habrá de estar ligada a la tuya por afecto tranquilo, Roma sin, o con millones de esclavos. Pero tu espalda, como pradera sensible a recorrer; y tu cuello, como cumbre tranquila a conquistar — a quién, ¿a quién ceder estos territorios?— No piensas, no miras, no sientes, si me recuerdas, que podría ser quien te bromea mientras te exige el límite de lo simple: nunca mentir en cuestiones de gustos musicales, que por ahí es que comienzan, sé, las historias más largas. Según las estadísticas. ¿ok
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