Sin duda, el punto de quiebre se da cuando ese gusto que estás desarrollando te lleva a tomar clases particulares de tal o cual disciplina. Pongamos el caso de guitarra clásica, y que las clases sean de una hora dos veces por semana. Vos practicás todos los días y, cuando toca, el profe examina si pasás o no de lección. En cada clase, va marcándote tus errores y te va pasando tips que perfeccionan tu postura de manos, de espalda, y todo lo necesario para que mejores clase a clase. Sin darte cuenta, poco a poco, comenzás a aprender a autoevaluarte.
Bien, supongamos que no tenés tanto dinero como para pagarle a un profesor y que venga hasta tu casa, entonces buscás uno que cobre menos pero ahora sos vos quién tiene que ir hasta el lugar donde el profe enseña. Así, esa «una hora» de clases, en realidad, pueden convertirse en dos horas, dependiendo de cuánto te lleve ir y volver a ese lugar en donde el profe pasa las clases, ¿no? La cosa cambia si vas en taxi o en colectivo, si te llevan tus padres en el auto, o si vas caminando. Distancia y medios de transporte cuentan mucho.
Ahora, extremando las cosas, supongamos que no tenés dinero para pagarte un profesor pero, como tenés algo de talento, y algún pariente tuyo tiene un amigo que conoce al amigo de un amigo, etc., zas que te consiguen una especie de beca con un profe. Es decir, te consiguen un profe gratis. Aquí, a partir de aquí, ahora también comenzás a valorar el tiempo de ese profe, el tiempo que generosamente te está obsequiando. En esta situación, ya no por tu dinero, sino por valorar el tiempo del profe no podés llegar tarde o flojear en tus prácticas diarias. Lo sabés.
¿Y qué pasa cuando se vienen los exámenes para pasar de curso? Bueno, como las mesas examinadoras se componen de profesores desconocidos, la cosa no da para cometer errores, por lo que normalmente las prácticas se intensifican de tu lado y, por ahí el profe también se vuelve querendón y te pasa una hora más extra. Aquí ya está internalizado el cálculo del tiempo, cuánto me lleva ir, volver, qué día puedo, qué día no. Si postergo esto, si adelanto aquello. Combinar el colegio, la familia, los amigos. Todo el rompecabezas se va sujetando a la variable sencilla como complicada: tiempo.
Aparte, vos imaginá que la casa del profe te queda lejos y tal día te puede llevar un amigo, una tía, tu viejo, y que de venida te puede traer fulano o mengano. Como se ve, en el desarrollo del gusto, aquí como ejemplo de clases particulares, uno aprende a valorar, también, y mucho, el tiempo ajeno, el tiempo de los demás, la rutina de los demás. Así, cuando alguien nos brinda su tiempo para ayudarnos en el desarrollo de nuestro gusto, nos está entrenando de la mejor manera a valorarlo. Sin necesidad de discursos, a pura vivencia, nos hace apreciarlo.
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