Ficha del libro:
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Título: La pasión triste
Autor: Gavrí Akhenazi
Editorial: Lulu Press, Inc.
ISBN: 978-1-329-13706-6
Nro. Páginas: 123
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La pasión triste
por Silvio M. Rodríguez C.
El libro comienza con “De las cartas”, capítulo en donde seis epístolas poéticas describen a un emisor apenas imaginable, y que se define por los términos con los que se refiere al receptor, como por los que emplea para hablar de sí mismo –“me he dejado tentar por la parte impronunciable de los alfabetos y en esa parte escribo” – “Me pondré en campaña para que de esta vieja fosilidad de mis instintos, de esta desarmonía de mis zonas sin nadie, crezca un tumor con pétalos al fondo de mi pecho y yo pueda llamarle corazón.”–, para entonces abordar el alrededor.
Un alrededor cuya geografía no precisa y deja entrever, sin embargo, con la exactitud del que sabe capear el límite de la palabra –“Desde la última tragedia han nacido muchos niños aquí, porque la vida se justifica en la premura de su propia multiplicación. Esta ya no es una tierra sin humanos, pienso, aunque suene tal vez a un eufemismo un tanto desgraciado o desagradecido.”– Un alrededor que transcurre en el aliento de confesiones, de digresiones azuzadas por una condición de solitariedad acompañada y por situaciones en donde el miedo, fuera de toda metáfora, llena hasta la humedad de la noche.
En el capítulo siguiente, “De los epitafios”, lo epistolar gira a lo narrativo, y aunque aparecen algunos personajes, ninguno de ellos es dado a conocer por el posible demiurgo con las típicas descripciones al uso –“Venían con sus dones de matar y sus brazos montunos y sus ojos hechos en la acidez de la mirada cuando se ha visto de más en el hondo negro de la especie.”–. Se trata de secuencias que armoniosamente entrecortadas van combinando avances y retrocesos en una suerte de combate irregular contra un enemigo carente de nombre y que gira alrededor de un mismo resultado.
Un resultado irrazonable, absurdo, porque atenta contra la propia especie y sin embargo persiste –“La historia que ha vivido está plagada de niños que suplican y de niños que lloran vacíos de cobijo y aterrados.”–. Hay en el actuar del comandante y su equipo una motivación, entonces, que debe superar lo irrazonable y absurdo –“El dinero de esta empresa de solos y alejados, no compra el resplandor del agua en los muelles vacíos. Porque al fin y al cabo somos eso: muelles vacíos a los que no se aproxima ningún barco.”–. Una motivación inasimilable en términos de exégesis lógicas.
En el capítulo siguiente, “Regreso de las cartas”, y con el que llegamos a la mitad del libro, aparece una introspección más inusual, pues el protagonista no se mira tanto considerando a un posible receptor. En “Iom rishôn” el autor despliega una dialéctica personal que es toda una clase magistral de ars, a su propio estilo, por supuesto, mientras que en “Ion reviî” pasa a dar cátedra de lo que es, y a profundidad, la alegoría. (Hago hincapié en esto porque estoy seguro de que a quienes quieran aprender a escribir, estos dos apartados les servirán como excelente material de análisis).
La segunda mitad del libro inicia con “Segundo diario del Kurdistán”, un calidoscopio de secuencias de alta tensión, en donde los cuestionamientos filosóficos se simplifican ante la rudeza de una coyuntura –“Hace ya muchos años que no me pregunto qué le pasa a Dios.”– que exige no ceder terreno a la calma –“Nos amansamos en destinos con calma y resignamos nuestra ferocidad.”– en ningún momento. “La pasión triste” es el apartado con que cierra el libro y que termina redondeando el espíritu que lo contiene, una lucha íntima, fuera de cámaras, en la que la esperanza es desplazada por la fe.
Es un libro fácil de disfrutar pero complicado, difícil de asumir. Fácil de disfrutar porque, siguiendo el hilo del subtítulo del libro “(historias de cartas y de epitafios)”, uno puede hacerse con las escenas que habitan tanto en las cartas como también en los cursos de acción narrados, dejándose llevar por el dominio narrativo de Akhenazi y entrando de pleno en lo emocional de la trama planteada. Sin embargo, justo por ello, asumir lo verídico de los hechos, recordar todo el tiempo que el autor no imagina nada, que “simplemente cuenta a su manera” lo que vive es algo tremendamente difícil.
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