El abrumador agobio del presente, con toda su capacidad de elevar hasta lo más profundo todo el gris y toda la desazón, puede también, sin embargo, desplomarse de un sólo golpe, con un sólo gesto. Tan pobre el que vive en la extrema pobreza que un par de monedas le pueden arreglar el día, tan definitiva la amargura en ocasiones para algunos, que la firme tibieza de un abrazo pudiera bastar para trocar en visión lo que hasta hacía un momento fue ceguera. Pero, ¿cómo acceder al resultado del acto sin que este ocurra? ¿Existe la vacuna contra la depresión severa?
Presencié algunas de esas veces en las que el temor no desaparece, sino que es superado por un arrojo que resulta como parido por una circunstancia. Se produce ahí una combinación irracional de suertes y destinos en donde entran en juego el carácter, la voluntad y la inteligencia de los participantes, pudiendo cada cual terminar como víctima o victimario, como títere o titiritero. La madre que se levanta y acude a ver qué origina los ruidos en el piso de abajo; el niño que despierta al escuchar a su padrastro forcejeando la puerta de su habitación; los gritos en la hoguera…
Es comprensible que a veces uno tenga que elegir la locura, y sin demasiados miramientos, finalmente. La locura del auto ostracismo, de la auto exclusión, de la lejanía por propia decisión, porque es así como mejor se puede estar con todos esos que se denominan «el prójimo» y que nos dijeron y dicen que hay que amar, pero a los que, como Petronio, no podríamos amar como ellos quisiesen que los amemos —y entonces los reclamos, las fallas de estilo, la falta de cariño te quiero con el alma no me preguntes más—. Por eso, porque viene bien vivir de pie.
Sobre Alejandro Casona
Deja una respuesta